Aberrante bloqueo
Si la premisa que rigiera al gobierno de los Estados Unidos fuera la de utilizar su potencial económico para propiciar un intercambio equitativo entre las naciones no solo sería consecuente con un principio del derecho internacional, sino que también beneficiaría su crecimiento interno.
Muchos ejemplos sirven para ilustrar la utilización sin sentido de su poderío; en tales casos se encuentran la provocación de guerras con fines de colonización económica, la intromisión en asuntos de terceros países, el torpedeo a las buenas relaciones entre naciones que no comparten su política y el afán por desmantelar la producción de armas nucleares en cualquier lugar menos en su territorio donde la carrera armamentista es negocio redondo y legal.
Pero entre todo lo citado se halla un hecho aberrante, criticado por la mayoría del planeta durante catorce años consecutivos y que aún se mantiene gracias a la terquedad norteamericana: el bloqueo impuesto a Cuba.
Recrudecido cada vez más con nuevas medidas que además de sancionar a la Mayor de las Antillas significan castigos para los gobiernos y las empresas que las violen, el bloqueo lleva implícito una meta política: derrotar a la Revolución y a sus líderes.
Así, regido por el principio maquiavélico de que el fin justifica los medios, sus progenitores hacen de todo con tal de asfixiar el desarrollo de un país que a fuerza de voluntad e inteligencia rompe poco a poco las barreras impuestas y sale adelante.
No obstante, el panorama de hostilidad es tan real como cruel y en muchas oportunidades Cuba se ve obligada a prescindir de la adquisición de productos vitales para la salud humana y de equipamiento para su desarrollo, y, en el mejor de los casos, tiene que comprarlos a precios cinco veces superiores y en mercados demasiado alejados de sus fronteras.
Las secuelas dejadas por el bloqueo a lo largo de más de 40 años son visibles en la mayoría de las carencias de los cubanos, que tienen que apelar a su ingeniosidad para sobreponerse en sectores como el transporte y la alimentación.
Ahora bien, si todo esto no pasara de ser un diferendo entre Estados Unidos y Cuba quizás el panorama fuera un tanto distinto, porque a fin de cuentas el mundo es mucho más. Sin embargo, el problema principal radica en que la Casa Blanca está empeñada, como dejé ver anteriormente, en bloquear además la libertad de todo aquel que intente negociar con el país rebelde.
De esa manera, nadie está autorizado a vendernos un producto que posea más del diez por ciento de componentes norteamericanos; ningún barco que toque puerto cubano con fines comerciales puede atracar en los EE.UU. y pobre del banco que efectúe operaciones con nosotros en dólares estadounidenses.
A través de los años los diferentes ocupantes de la Oficina Oval han intentado minimizar el fenómeno, pero el simple hecho de llevarlo a discusión y votación en las Naciones Unidas durante tres lustros y contar siempre con el respaldo mayoritario de la Asamblea, desnuda la mentira y deja sentada la necesidad de poner fin a tal genocidio.
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