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María Fernanda y yo

María Fernanda y yo Antes de nacer María Fernanda yo pensaba que los hijos se querían; pero ahora que puedo tocarla, sentirla y oírle decir ese “papá” que conquista y roba comprendo que estaba totalmente equivocado, porque los hijos no se quieren, se idolatran.

La busqué durante mucho tiempo y hasta llegué a imaginar que ya no la encontraría, que tendría que resignarme a vivir sin ella. Recuerdo cuánto medité y lloré en silencio porque me quedaría sin saber lo que era la caricia de un hijo propio, porque tendría que vivir sin el placer de tenerlo.

Pero una noche Evelyn me confesó el presentimiento de que estaba embarazada. Decidimos no decírselo a nadie hasta estar seguros. Habría que esperar varias semanas para confirmar la noticia. Era mucho tiempo para dos desesperados como nosotros, mas esperamos y guardamos el secreto.

Después vinieron días muy bonitos, los más hermosos de mi vida. Jugábamos a imaginarnos cómo sería la bebita. La dibujábamos a nuestra manera. Desde ya la mimábamos y le dábamos todo el amor del mundo.

Su nombre, María Fernanda, lo busqué yo y ojalá le parezca bien cuando crezca. Siempre me gustó esa combinación y, por suerte, a mi esposa también le agradó. Pudimos llamarla Sofía, Amalia, Angélica, Camila –estos eran los demás candidatos–, sin embargo, pudo más María Fernanda.

Y “mi proyecto”, como lo llama un amigo, ya dice “tata”, “mamá”, “nené”, “papá” (esto es lo más lindo que dice); ya da adiós con la mano, aplaude, se toca la cabecita; ya camina y, sin falso apasionamiento, se vuelve loca cuando me ve llegar.

Sé que me queda lo más difícil: educarla, hacerla una persona sensible, humana, respetuosa, consecuente con lo que cree, cariñosa, dedicada...

Sé que solo estoy en el primer peldaño de una escalera infinita, que se trata de la responsabilidad del nunca acabar; pero también sé, y esto es lo mejor de todo, que quiero estar aquí, a su lado, para ponerle siempre el hombro y enrumbarla por los caminos del bien. No importa el tamaño del sacrificio, María Fernanda y todos los niños del mundo se lo merecen.

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