Iraq: caos y anarquía
El tema de Iraq no deja de ser centro de mesa en los debates políticos que llevan a cabo los norteamericanos, principalmente los ocupantes de escaños dentro del Congreso y el Senado.
Y no es para menos, porque realmente la cifra de tres mil 485 civiles muertos en un mes más las miles de bajas yanquis desde el comienzo de las operaciones dejan mucho que desear de la independencia y democracia prometidas a un país donde los agresores –según ellos mismos– serían recibidos con flores, pues liberarían al pueblo de un régimen tiránico.
Hoy, en franco contraste, los hechos demuestran el caos reinante: cultura milenaria saqueada, patrimonio histórico devastado, nación al borde de una guerra civil, familias desplazadas, violencia al por mayor, inseguridad total… Nada que ver con las promesas que sonaron al compás de los tambores que iniciaron la guerra.
Sin embargo, al tiempo que la mente terca del presidente de los Estados Unidos reconoce su preocupación al expresar que “en ocasiones me siento frustrado por la situación en Iraq”, ordena la movilización de unos dos mil 500 infantes de Marina para tratar de amortiguar la desestabilización existente.
Vale recordar que actualmente en la nación árabe hay unos 138 mil soldados norteamericanos equipados con la más moderna tecnología militar, aún así los sui géneris intereses que timonean una invasión gestada a partir de la mentira vuelven inefectiva dicha plantilla y duplican los gastos de la guerra.
Es oportuno subrayar que es el pueblo de los EE.UU. el que sufraga los costos de cada acción, a través del alza de los impuestos o el envío de sus hijos a un destino incierto con alta probabilidad de no regresar jamás.
A lo dicho se le debe sumar el drástico cambio de vida sufrido en el ciudadano norteamericano, quien estaba acostumbrado a la idea de que su país era el más seguro del mundo y de la noche a la mañana descubre que es totalmente vulnerable.
El mundo ya conoce con total certeza que el petróleo es el móvil número uno de los conflictos en el Medio Oriente, no obstante, poco puede hacerse cuando instituciones internacionales como las Naciones Unidas han mantenido una postura tan indiferente, ubicándose al margen de cuanto sucede.
En estos momentos la mayor preocupación es a raíz de estar creadas las condiciones para el estallido de una guerra civil, cuyas consecuencias se expandirían como pólvora hacia los países vecinos y sellarían la región como una zona incontrolable, rectorada por la anarquía.
¿Hasta cuándo será así? Quizás habría que preguntarle a Bush, pero como están las cosas hoy día es muy probable que ni el propio padre del desorden esté en condiciones de hacer vaticinios.
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